Hasta luego, Estambul

En quince o treinta minutos llegar’a el autob’us que tiene que llevarme a Selçuk para ponerme tibio de ruinas griegas, y en ese momento dir’e adi’os a Estambul, que me ha acogido durante cuatro d’ias. Durante estos, ha habido momentos de todo, y he pasado de estar m’as solo que la una a pas’armelo de conya en cuesti’on de minutos. Bueno, y tambi’en voy a contar una cosa a mis incondicionales: casi pierdo el avi’on porque la alarma del m’ovil no est’a programada para los fines de semana. Hala, reiros ahora y dejadme en paz luego.

Estambul es una ciudad impresionante, antigua y llena de rastros de toda la gente que ha pasado por aqu’i a lo largo de los siglos. De todo lo que he visto (la Mezquita Azul, que es gris, Santa Sofia, el acojopalacio Topkapı, la torre Galata..) me quedo con la cisterna bas’ilica. Una cisterna bizantina en el subsuelo del casco antiguo que parece las minas de Moria.

En cuanto a buenos momentos (pasamos de los malos), lo mejor fue la borrachera que pillamos dos polacas llamadas Marta, un turco que se nos uni’o y yo en lo que podr’iamos denominar, con gran generosidad, la playa. El hombre nos invit’o a cervezas y al licor ese turco cuyo nombre soy incapaz de recordar. Llegu’e al albergue en un estado lamentable y al d’ia siguiente las dos se descojonaban de mi cara.