Ahora que tengo un rato para desvariar…

Buenas tardes. Y digo buenas, por puro formalismo, porque hoy es un día de aquellos que podría haber mandado al carajo sin dejarlo empezar ni nada. Resulta que estoy en el curro atrapado entre la inoperancia de unos y los mamoneos de otros. Pero bueno, al menos he hecho un crucigrama a la hora de comer que me ha quedado  bastante bonito. Digo bonito porque lo hemos acertado casi a la primera y no ha habido que emborronarlo mucho. ¡Mierda de bolígrafos! ¿Dónde han quedado aquellos de color beige que tenían una goma azul en la punta para poder corregir? Mira que eran inútiles… En vez de borrar la tinta la esparcían por el papel, y al tercer intento tenías que usar otro color. Cuántas chorradas hacían con los bolígrafos. Me acuerdo de aquel flexible que regalaba Truquete con los Danone; de aquellos que tenían cuatro colores (azul, rojo, negro y verde); y su evolución: el superbolígrafodeveintiuncolores, que era como la torre Agbar pero boca abajo. Y menos mal que boca abajo, porque anda que no sería incómodo entrar por la azotea caminando por un suelo que está en el techo al tiempo que vigilas que la presión sanguínea no te haga estallar la cabeza. Un follón. Pero bueno, el caso es que como acaban de darme trabajo que hacer, voy a cortar esto sin más.

El día de compras

El sábado pasado (creo que fue el sábado), y en vista de que cada vez vestía (visto) más con harapos manchados, decidí patearme tiendas de Barcelona en busca de prendas limpias. La idea inicial era meterse en la Plaza Calaluña, pero perdimos (mi novia y yo) el tren así que fuimos en coche a La Maquinista, que es un centro comercial gigante que recuerda a los reportajes de la sabana africana y sus manadas de ñus. Dado que mido más de 1,90, calzo un 47 y tengo unas extremidades largas hasta para mi, la táctica a seguir para la consecución de mis fines (comprar ropa) no es la misma que la de la mayoría de los mortales. Lo primero que hice fue entrar en una zapatería en la que estuve ojeando el género hasta recordar mis peculiaridades físicas y que la estrategia diseñada por mi tiene como filosofía la optimización del tiempo. Me acerqué a la dependienta.
– Buenas tardes. ¿Tienen zapatos del 47?.
– No.
– Gracias.
Afortunadamente, el largo tiempo trancurrido desde mi último safari consumista no me desentrenó demasiado y apenas pasó un minuto entre la entrada en la tienda y el diálogo con la chica. Esto, que a cualquiera le puede parecer una chorrada, sirvió para que mi coeficiente de hastío apenas apenas llegara al 2% («Vamos, que no decaiga») al tiempo que redujo en cuarenta y cinco segundos el intervalo en la zapatería siguiente.
– Buenas tardes. ¿Tienen zapatos del 47?.
– Bueno, tenemos el 45 en alg…
– Gracias – Coeficiente de hastío 8% («No perdamos el tiempo. H&M a la vista. Tienda grande con mucha ropa. Eso aumenta las posibilidades. Sueca. Los suecos son grandes. Eso aumenta las posibilidades»).
Si un centro comercial es como un corral gigante lleno de ovejas y borregos, el H&M (o Zara, o lo que os dé la gana) es la parte del corral donde está el comedero. Debo decir que me sorprendió mi propia capacidad de sufrimiento. Me llevé siete prendas al probador (el máximo permitido) sin saber realmente si alguna de ellas me gustaba y después de revolver todos los modelos en busca de las tallas máximas. Eso me llevó un buen rato, al contrario que en el provador donde comprobé que todas me iban pequeñas salvo dos. Una era de lo más fea  y la otra… pues no sé…  ¡me la llevo!. Era una camisa. Al devolver las prendas, mi coeficiente de hastío había subido hasta el 20% (Ay, ay, ay…) De camino a la cola para pagar, que era más bien larga, me cojo un cinturón negro.
Salí vivo del H&M, pero la cola de la caja había puesto el puto coeficiente en el 45%, así que, aprovechando que no había llegado a la barrera psicológica del 50 me metí en el Zara, del que no voy a hablar porque no hace falta. El resultado final fueron siete prendas para el probador (una más de las permitidas) y todas devueltas porque no me servían. Total, la enorme basura de coeficiente en un 75%, que en cristiano quiere decir «Mierda, mierda. Odio ir de compras. ¿Por qué coño comería tantos Petit Suisse?».
Voy a una zapatería.
– ¿Tienen algo del 47?
– Sólo hasta el 45.
– … – Coeficiente de hastío 85% («Voy a quemar esta zapatería y la puta maquinista»).
Springfield: Dícese de una tienda de ropa dirigida por gente que pone etiquetas XXL en prendas para enanos de circo. ¿Por qué? porque creen que veinte centímetros es esto:
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Coeficiente de hastío 100 % («Puta mierda de sistema. Deberíamos estar en las cavernas cazando animales y mujeres a garrotazos»)
El resultado de todo esto es que, tras entrar en seis tiendas y probarme diecisiete prendas, me llevé una camisa y un cinturón, además de un cansancio monumental que me dejó inservible a las nueve de la noche. Por eso he decidido hacerme naturista, para ir por la vida con la libertad que te proporciona llevar las lorzas al aire. Bueno, menos en el trabajo que tengo que llevar corbata, pero aquí no hay problema porque todas son talla única.