Qué bien se come en París…

Estoy en el Eurostar de camino a París, doblado como un cuatro en este asiento de segunda clase y contemplando los bellos paisajes del Eurotunnel. La verdad es que debería dormir pero por alguna razón me he puesto a pensar  esas preciosas cosas de las que hablaba en mi anterior post (rasgos de personalidad obsesiva, que diría alguien) y me he puesto de mala leche.

No os llevéis una idea equivocada. No siempre estoy cabreado. De hecho, creo que soy un tío majete. Acojonantemente encantador, diría. Pero hay cosas que me sublevan. Y parece mentira cómo me he vuelto mucho más crítico y visceral con todo esto desde que vivo aquí. No sé, debe de ser en reacción a tanta flema británica que me saca el carácter latino, pero el hecho es que me liaría a hostias y me quedaría solo.

Sí, mi querido lector, como habrás adivinado a estas alturas, no estoy contando absolutamente nada y esto sólo lo hago para pasar el rato. ¡Hombre, Francia por fin! Creo que me queda una horita hasta París. Es más, esto lo estoy escribiendo en un Word porque no tengo conexión, así que ya veremos si luego tengo la jeta de colgarlo.

Pues parece que la he tenido…

#yonosoyimbecil

Si en el último post estaba contento, en este estoy de mala leche. La razón es esta batalla de mierda que tienen ahora PSOE y PP con los hashtags de twitter: #vanaportodo y #nohandejadonada. Qué bien… Qué alegría… Qué maravilla contemplar el ejercicio de la alta política en este país.

Los que me conocen, saben que una de las cosas que peor soporto es que me traten de imbécil. Pues bueno, esto es lo que está haciendo esta pandilla. No sólo a mi, obviamente. Nos están tratando de imbéciles a todos. Yo opino, y esto está relacionado con el post anterior (y si no lo está, lo está con el desarrollo del mismo, que ya haré cuando tenga un momento y unas ganas), que la gente podemos ser idiotas, pero hasta un punto. Y estos están rebasando mi punto. Y por Dios, espero que estén rebasando también el punto de la mayoría de españoles.

Recientemente, he decidido dejar de leer El País. La razón es muy sencilla (qué sutil e involuntario comentario),  están de propaganda salvaje. Especialmente si leéis la edición web, es absolutamente vergonzoso. Pero no, queridos votantes zombies del PSOE, no lancéis espuma por la boca todavía, porque esto no es un ataque a El País. Para mi, pese a tener una tendencia política clara, este siempre había sido (nótese el pretérito pluscuamperfecto) el periódico que me había parecido más centrado, pero ya no. Ha quedado demostrado que están todos a un nivel parecido.

Yo siempre había pensado que esto era inevitable. Me refiero a que la lucha de poderes e intereses entre, valga la redundancia, los poderosos sobrepasara el interés general. Por «los poderosos» me refiero a políticos, medios de comunicación, empresas influyentes, etc. Pero desde que vivo aquí (Reino Unido), me he dado cuenta de que no. Obviamente, las luchas de poder y los vínculos entre representantes del mismo, siempre estarán, el problema es que en España, estas luchas son la prioridad sobre todo lo demás: gobernar el barco, aunque para ello haya que hundirlo.

Y mirad, voy a relacionar esto con el post anterior (esto es lo que pasa cuando escribes «tal com raja»),esto ocurre porque la clase «poderosa» que tenemos es una auténtica basura, pero, como suele ocurrir, tenemos la que nos merecemos. Las cosas funcionas así porque somos suficientemente imbéciles como para creernos esos cuentos. Suficientemente imbéciles como para ponernos la camiseta de la derecha, la izquierda o el centro reformista y apoyarlos incondicionalmente como si de un equipo de fútbol se tratara. Suficientemente imbéciles como para no darnos cuenta de que las noticias y los comunicados de prensa apenas contienen datos y sí mucha opinión. Suficientemente imbéciles como para no darnos cuenta de que primero opinamos y luego justificamos las opiniones y no al revés. Suficientemente imbéciles como para preferir que nos den la información mascada y filtrada en lugar de ir a las fuentes en la medida de lo posible. Y suficientemente imbéciles como para no exigir transparencia informativa a todos aquellos a los que les damos nuestro dinero para que lo administren.

Pues bien, yo no sé vosotros, pero #yonosoyimbecil.

P.D: Ejercicio interesante. Coged una noticia un poco polémica de un periódico al azar y subrayad cuánto de todo lo que pone son datos y cuánto opinión. Un segundo ejercicio es ver cuántos de esos datos no son filtrados (por ejemplo, decir que los recortes en XXX pueden suponer hasta un XX % de pérdidas es un dato de mierda, porque no sé a cuánta gente le supone esas pérdidas, y es probable que sea un porcentaje de gente residual). Mi consejo: lo más fácil sería empezar por El País, que, por razónes obvias, está con más ganas de enmerdar. Luego ir a El Mundo, que será más sutil.

El síndrome del perrete al que le sueltan la correa

Tengo empezado un post (o una serie de posts, que aún no lo he decidido) del tipo serio y circunspecto y que me apetece muchísimo escribir. El problema es que hoy es uno de esos días, así que no puedo. Y no es que tenga la regla, que a estas alturas creo que es lo que me falta por tener, pero sí puede ser que tenga un desajuste hormonal.  Sí, chicas, soy un tío sensible.

A veces pasa que, sin una razón concreta o con muchas razones abstractas, uno tiene estados de ánimos curiosos. El de hoy se llama «perrete al que le sueltan la correa» y consiste en querer ir a todos sitios a la vez y acabar por no ir a ninguno. Y oye, acabo de tener una idea de por qué ocurre: creo que es un exceso de estímulos positivos. A saber: hace sol (esto en Londres no es baladí), he descubierto que mi nueva compañera de piso está muy buena, he puesto música (tampoco es ninguna tontería) y he recuperado la maleta que me dejé en Stansted descubriendo sus tesoros: una cerveza artesanal y conmemorativa, un simbólico cubo de Rubik y un traje y una camisa con mucho que contar.

Ahora lo que toca es decidir qué hacer, y una vez descartado el intercambiar las etiquetas de los botes de sal y azúcar, apedrear al gato del vecino y salir a comprar el pan desnudo con pintura de camuflaje en la cara, creo que no me queda otra que irme a dormir.

Buenos días.

¿Otro país es posible?

Hola, lectores del Vertedero (que a estas alturas debéis de ser ninguno). Tras mucho tiempo sin escribir, hoy me he despertado con una noticia que me ha llenado de optimismo y, por tanto, de ganas de publicar lo que pienso.No ha sido una decisión inmediata, ya que, después de tanto sin escribir un párrafo, estoy seguro de que la calidad de los de hoy va a ser bastante lamentable.

La citada noticia ha despertado varias reacciones en mi y, por una vez, todas positivas. A saber, y por orden: incredulidad, esperanza y optimismo. Y eso que va del gobierno y la escribe El País… Señoras y señores: «Rajoy publicará todos los contratos, subvenciones y sueldos públicos».

No voy a extenderme mucho, porque es casi la hora de irse a currar, pero voy a decir que esto, para mi, es un poco el colofón de una forma de hacer de este gobierno. No voy a entrar a valorar su actuación a nivel de medidas concretas o de ideología, pero no porque no quiera, sino porque hoy no tengo tiempo, y apoyar algo que haga el PP significa oleadas de gente con la vista nublada por la ira y echando espuma por la boca. Eso vamos a dejarlo para otro día en que tenga tiempo de elaborar.

Lo que sí me hace ser optimista es que, por primera vez, veo un gobierno con un objetivo y una hoja de ruta. Sí, queridos niños, eso que parece que debería ser lo lógico y normal, hace mucho que no pasa en esta monarquía bananera de país llamada España, Especialmente durante las anteriores dos legislaturas, que en este sentido son lo más lamentable que he vivido.

Lo bueno, además, de esta noticia es que el gobierno promueve una ley en la que se corta las alas a si mismo. Algo inaudito en España y que puede marcar el inicio del final de esa filosofía en la que la ocultación de información facilita la manipulación de las opiniones y la manga ancha de la clase política.

Sí, ya sé, que esto es todo optimismo y que luego vendrá el tío Paco con las rebajas. No hemos nacido ayer, así que ya veremos en qué termina esto, y si es el embrión de todo eso que me encantaría o no es un carajo; pero, por lo pronto, ya me ha alegrado el despertar. Ojalá podamos seguir discutiendo sobre el tema, porque significaría que no ha muerto.

Me cago

Me cago en el dinero. Me cago en mi trabajo. Me cago en esta. Me cago en estos. Me cago en Londres. Me cago en las puertas. Me cago en las notas. Me cago en las agencias. Me cago en mi casero. Me cago en los rasgos de personalidad obsesiva. Me cago en el wáter. Me cago en los cinco pasos y en los ocho. Me cago en la atmósfera. Me cago en los vendedores. Me cago en los tontos. Me cago en los engreídos. ME CAGO EN TODO LO QUE SE MUEVE.

Ensalada tibia de judías y patata con huevos pochados

Hoy me ha dado por cocinar. Bueno, por cocinar me da todos los días (es lo que tiene no querer morir de hambre), pero hoy me ha dado por innovar. No sólo eso, sino que esta es una de las pocas veces en las que he innovado y el resultado ha sido bueno. Más bien, espectacular. No bromeo, he flipado.

El caso es que hoy, viendo que tengo doscientos huevos en la nevera desde hace Dios sabe cuándo, me he acordado de que una vez vi por la tele a alguien (probablemente Arguiñano) haciendo unos huevos pochados de una forma fácil y molona. Así que he buscado algo de inspiración por internet considerando los ingredientes que tenía y al final he hecho lo siguiente:

 

Ensalada tibia de judías y patata con huevos pochados

Ingredientes:

  • Judías verdes.
  • Media patata que tenía en la nevera pero que no sé de dónde ha salido.
  • Dos huevos (de gallina).
  • Un diente (de ajo).
  • Aceite (de oliva).
  • Vinagre (de vino, que parece obvio, pero en UK te echan esa mierda de malta).
  • Mostaza inglesa (sorpendentemente).
  • Sal.
  • Pimienta.

Antes de todo, yo lo he hecho como plato único (de ahí los dos huevos y la cantidad de cosas). La razón es muy sencilla: no me apetecía cocinar otro plato ni estropear la comida con un segundo a base de ganchitos.

Lo primero de todo es cocer las patatas y las judías con un poco de sal. Yo las he cocido en cazos separados porque las judías estaban congeladas y las patatas las he cortado en láminas de entre medio y un centímetro cada una. La razón por la que las láminas no tienen un grosor constante (ni siquiera dentro de si mismas) es porque en esta casa no hay un puto cuchillo que corte. Si podéis hacerlas iguales, mejor: quedarán todas igual de cocidas (incluso cada una quedará igual de cocida en todas sus partes).

Mientras se cuecen las cosas, podemos aprovechar para hacer la vinagreta de mostaza. Yo la he hecho al tuntún en cuanto a las proporciones y creo que al final ha quedado más o menos así: dos cucharadas soperas y media de aceite, Una de mostaza y otra de vinagre. Agitar con un tenedor para que emulsione, o si hacéis más cantidad, meter en un frasco, cerrar y jugar un rato a ser Carlos Gardel con un ataque de nervios.

Por otro lado, se pica el diente de ajo muy fino y se pone a freír con poco aceite cuando las patatas y las judías ya están cocidas y escurridas. Cuando empiece a dorarse se hechan las patatas y las judías y se sofríen. Yo, como he tenido la brillante idea de cortar las patatas en rodajas, he puesto a freir estas primero, para darles media vuelta rápido y sacarlas antes de que los ajos se quemaran. Tras eso, las he puesto en el plato como base (dejando los ajos en la sartén). Luego, y con más brío, he sofrito las judías. Si lo hubiera puesto todo junto, las patatas se habrían roto y mezclado con las judías, que es una opción perfectamente válida pero estaba en plan finolis. Bueno, total, que una vez sofritas las judías, se ponen sobre las patatas con los ajos y el aceite. Se deja eso ahí para que atempere (no lo queremos caliente, sino templado) y hacemos los huevos pochados.

Esta es la parte divertida. Para pochar los huevos hacemos lo siguiente:

  1. Cortamos un trozo de film transparente de ese de los bocadillos y lo ponemos abierto dentro de una taza, a modo de molde, de forma que sobre bastante film por los lados.
  2. Echar una gota de aceite sobre el film que está dentro de la taza y esparcir con el dedo, que se te quedará pegado y te joderá el montaje una y otra vez. Si por cualquier extraña mutación genética dispones de uno o más dedos extra, o eres un mono con los dedos de los pies prensiles (y por una extraña mutación genética puedes leer y cocinar), esto te resultará mucho más fácil. Créeme, diez no son suficientes.
  3. Cascar el huevo y echarlo dentro de la taza con el film.
  4. Echar sal y pimienta al gusto.
  5. Cerrar el film a modo de bolsa y asegurarlo con un cordel o un alambre de pan bimbo de forma que quede como un paquetito.
  6. Hacer lo mismo con el otro huevo (que eran dos, por si a alguien se le ha olvidado)
  7. Poner agua a calentar y echar los huevos cuando esté hirviendo. Retirarlos al cabo de cuatro o cinco minutos (más cuatro que cinco)

Una vez se sacan los huevos, se echan sobre las judías; después la vinagreta y ¡hala, a comer!

Bueno pues esto es todo. No es la primera vez que pienso en poner una receta aquí y la verdad es que, si empiezo a hacerlo con frecuencia, tendré que poner una nueva categoría para estos posts. Había pensado algo así como «Ferràn Adrià es un mierda»

Pluja d’idees absurdes

Irse de viaje a Latinoamérica. Hacer un curso de windsurf. Ir a la Tomatina. Escalar un 5000. Cazar gamusinos. Llamar al un timbre y salir corriendo. Un fin de semana en Londres. Saltar en paracaídas. Buscar a Wally en el calendario de bomberos. Sorber un flan. Hacer un concurso de escupir huesos de aceituna. Hacer un concurso de escupir a la gente desde el balcón. Un curso de buceo. Tirarse un pedo en clase y acusar a alguien de la primera fila (por repelente). Hacer rafting. Cazar un jabalí y comerlo crudo. Empapelar la facultad con una foto de tu propia mierda en la que ponga «Se ha perdido. Se gratificará». Un curso de fotografía de desnudos. Una carrera de carts. Filmar una película porno. Ir a Vaquillas. Hacer ala delta. Montar un mueble de Ikea con todas las piezas en el sitio equivocado y que se aguante. Ir a comprar droga a la droguería. Ir a comprarle abrillantador de suelos a un camello. Ir en globo. Tatuarte una cara sonriente en el culo. Una cata de vinos. Sphereing. Apuntarse a risoterapia. Decir un número del 1 al 29 y hacer lo que salga.

Atando cabos

Estoy con el PMP, con unas ganas de acabarlo que no me las acabo, pero no acabo de llegar al cabo de la lección. Acabo de darme cuenta de que igual eso podría ayudar, así que me dispogo a llevarlo a cabo (me refiero a escribir, aunque este pensamiento lo he tenido hace un rato y no lo he llevado a cabo hasta al cabo de unos cinco minutos de ocurrírseme). El caso es que si en vez de perder el tiempo en esto, estuviera estudiando, ya estaría al cabo de la calle, en vez de aquí protestando; pero, ¡qué coño!  acabaré por volverme idiota si no tengo algún descansillo. Además, la lección de hoy no tiene ningún sentido, y me la he mirado de cabo a rabo.

De todo esto, sólo hay una cosa que me joda: no haber encontrado ninguna forma de referirme a un cabo de infantería. Mira por dónde, acabo de hacerlo.

Ya acabo.

Sumerjámonos

Hoy me siento profundo. Y no porque le hayan quitado el cojín al sofá, no. Lo que ocurre es que me siento con ganas de decir algo importante, con empaque. Algo que la gente lea y diga «¡Joder, qué tío! ¡Qué sesudo!». El problema es que a mi esas cosas no se me ocurren. Y menos últimamente, que parece que sólo se hablar de defecaciones (mis disculpas si he ofendido a alguien). Pero ¿qué puedo decir?, mi mente es caprichosa y no se deja dominar. A mi sólo se me ocurren idioteces como hacer una pizza cuando el horno no funciona, decirle a mi compañera de piso que me cuesta entender a la gente cuando ella es casi sorda, o venirme a Londres.

El tema es que hoy me ha dado por mirarme un par de links de gente de Facebook a cosas de las llamadas profundas. Y menudo sopor, oye. Lo siento, pero la mayoría me parecen chorradas. En serio, pero aún a riesgo de parecer un cretino, no creo que haya tantas cosas interesantes que decir sobre la vida.

Hoy voy a hacer algo que nunca hago por temor a que no salga: hacer este post interactivo (todo lo interactivo que puede ser esto). Pongamos frases que os parezcan profundas y las destripamos. Así, entre todos. Sí, ya sé que será muy lamentable si tras esto no hay ningún comentario, pero ¡qué cojones!. He encontrado una que me parece genial. El autor creo que es Jorge Bucay, del que apenas se nada, pero con esto ya se define (para qué nos vamos a complicar…): «El sabio no pretende nada: ni ser bueno, ni ser fuerte, ni ser dócil, ni ser rebelde, ni ser contradictorio, ni ser coherente… Sólo quiere ser». Menuda perla…

El truñito feo

Había una vez un lugar llamado colon o intestino grueso, hogar de una feliz familia: papá truño, mamá truño y cinco truñitos. Esta familia llevaba una vida apacible y feliz en aquel lugar que les proporcionaba calor, alimento y multitud de sitios interesantes en los que pasar las horas divirtiéndose. Los truñitos jugaban al «pilla pilla» intestino arriba e intestino abajo. Hacían cabañas de lacobacilus casei inmunitas en el apéndice, e incluso exploraban zonas que sus padres les habían prohibido, llegando casi al píloro. Les encantaba la parte misteriosa de eso: cada vez que se acercaban oían una voz chillona pero poderosa que sonaba por todas partes diciendo «¿Pero qué mierda has comido hoy? ¡Te voy a meter un ambientador de pino en la boca!».

Sin embargo, la felicidad no era completa en la familia. Producto de la digestión de una paella, el truñito pequeño había recibido, además de un feo aspecto y a diferencia de sus hermanos, una constitución torpe y rígida, y no podía moverse con tanta libertad. Apenas podía seguir a los otros, y siempre acababa atascado en algún pliegue del tracto digestivo, viendo cómo la diversión se escapaba tubo arriba entre risitas burlonas.  A sus padres tampoco parecía importarles demasiado. Estaban muy orgullosos de sus otros cuatro retoños y le miraban a él con condescendencia, pena e incluso algo de desprecio. Podía leer en sus miradas: «¡Qué feo es! ¡Con todas con esas pieles de guisante por todas partes!». La vida, para él, era un devenir de minutos durante los que pasaban cosas a su alrededor, sin que él pudiera participar de ninguna de ellas. La vida era triste.

Un día, todo fue a peor. Aquel día había allí algo extraño. El truñito notaba que el ambiente estaba más cargado y que se sentía más aprisionado de lo normal. Llegado un punto, ni siquiera era capaz de moverse, y para colmo, sus hermanos lo encontraron divertidísimo. Por lo visto, aún sobraba fondo de escala en el ascómetro de la vida. Ellos, sus hermanos, no parecían darse cuenta distraídos en su diversión, pero aquello se estaba poniendo realmente feo. Entonces se dio cuenta: las paredes del intestino se estaban cerrando. Los demás tardaron algo más en darse cuenta pero al final lo hicieron, y fue entonces cuando cundió el pánico. Papá y mamá truño trataban de calmar a los otros truñitos, que voceaban y gritaban, fuera de si, viendo como el mundo se estrechaba más y mas. Gritos, lloros y frases inconexas salían de todas partes, menos del truñito, que había adoptado una actitud entre estupefacta y curiosa ¿Era eso el fin de todo? ¿Y el principio de qué? ¿Qué pasaba más allá de las paredes de su mundo que lo hacían encogerse?

Entonces entró la luz, una luz blanca y cegadora, y la presión cedió. Después un golpe.

Tardó un rato en recuperar la consciencia y cuando lo hizo se encontró flotando en el agua. Miró a su alrededor y vio a sus padres y hermanos medio inconscientes. Se miraban entre ellos, le miraban a él. Se miraban unos a otros como esperando una explicación. Pero nadie la tenía.

Un grito le hizo que el tiempo volviese a correr. Todos miraron a truñito mayor, que a suvez miraba el agua en la que se encontraba flotando. No parecía posible, pero se estaba deshaciendo en ella. Literalmente. Un instante después, la tormenta. El agua se agitó violentamente y les empujó hacia el fondo con furia, a una especie de intestino gigante, donde los truños viajaban deprisa empujados por el agua, que los iba descomponiendo. A todos menos al truñito pequeño. Su constitucion, torpe y rígida, le permitía resistir la erosión que estaba acabando con su familia. Nadie se reía de él ya. Todos estaban asustados, demasiado como para gritar, y le miraban incrédulo mientras él les devolvía una mirada inexpresiva. Aunque en su cabeza se asentaba una idea: justicia. Se habían reído de él, le habían tratado como a alguien que está por debajo de ellos, algo inferior. Como a un objeto cuyo propósito es recibir burla. Y todo por que era diferente. Esa misma diferencia que a él ahora le permitía sobrevivir mientras ellos no podían. Esta idea hizo que una sonrisa empezara a dibujarse a modo de mensaje final, de moraleja para todos ellos; hasta que se dio cuenta de algo: él no era mejor. Ellos habían sido crueles con él sí, pero las circunstancias habían cambiado y el se disponía a coger su testigo. Iba a humillarlos porque esas circunstancias se lo ofrecían. Porque podía.

Ya no era tan justo. O por lo menos, no era bueno.

Sonrió, sí. Pero de otra forma muy distinta mientras les cogía de la mano , mientras se deshacían. No estaba seguro de quererles, pero sí quería que sus últimos momentos  fueran mejores con él allí que sin él.

Cuando llegó al río, ellos ya no estaban, y sentía una difícil mezcla de felicidad y tristeza, pero lo que sí tenía claro es que, tras lo que había sido su vida hasta ese momento, el tiempo que tenía por delante iba a pasarlo  de otra forma muy distinta.

Diario de Vincent Vega

Ayer volví de Amsterdam. Aquello es la hostia. Colocado desde que llegué al hotel hace un par de horas. ¡Creo que las putas setas me han sentado mal, joder!. Deberían poner en le puto papelito que te dejan un tapón en el culo. Voy a ver si me recetan algo para poder sentarme en el wáter…

Putamierda Me Parece

Ahora mismo estoy con el curso de PMP de los huevos, que empezó interesante y se está tornando en una chapuza indecente. De todas formas, ajo y agua, que es el último cartucho para evitar volverme con el rabo entre las piernas (claro, es que no sé por qué iba a cabmiarlo de sitio). A ver si me caliento con el te, que hace un frío que pela, y me voy luego de a cervecear con Colm. Sí, la cerveza está fría pero en el pub hay calefacción. Previsiblemente, al menos.

Esto es como todo,

Esta frase es una de las pocas cosas a las que no se le puede aplicar esta misma frase. Con «esta frase» me refiero a «esto es como todo», ya que, a diferencia de todo, esta frase es especial. Es el anuncio de que algo realmente importante va a decirse, de que de esa conversación idiota va a salir un concepto total y absoluto que da respuesta a todo. Una característica universal que te va a facilitar la compresnsión de las cosas desde la raíz.

Recuerdo la primera vez que la escuché. Menuda decepción. De hecho, no soy capaz de recordar a la persona, el contexto ni de qué gaitas estábamos hablando, pero recuerdo perfectamente ese sentimiento. Pensé, «¿será cabrón? ¡me ha dejado a medias!» (desde ese día empatizo más con… bueno, da igual), y me di cuenta de que era una simple coletilla. Bueno, no, que la coletilla va al final. Sería una cabecilla, o una naricilla. El caso es que a partir de entonces empecé a escucharla con asiduidad pero nunca significaba un carajo. ¿Para qué la ponen entonces? Quiero decir que las coletillas (y naricillas) no suelen tener sentido en si mismas, sólo enfatizan y esas cosas. Pero esto es una frase completa, con sujeto, verbo y predicado (nominal, en este caso, que ser es un verbo copulativo… un fucker, vamos), pero se supone que debo hacer un ejercicio de abstracción y abstraerme de su significado. ¡Con lo prometedora que es!

Mi sorpresa llegó un día en que, sin pensarlo, fui yo quien la dijo. Eso fue un shock. Es cierto que no tengo personalidad y que repito lo que oigo como un loro, pero en ese caso no podía ser. Había llegado a la conclusión de que esa frase era inútil y traicionera, y que no tenía cabida en una oración con cara y ojos. Entonces, ¿por qué la parte de mi cerebro que selecciona lo que digo pensó que era buena idea ponerla? Analicé toda la oración y vi que no era distinta de las que había oído otras veces, pero que por ahí subyacía algo de sentido. Había una relación entre aquello que fuera de lo que estaba yo hablando, y al menos una gran cantidad de cosas. Ahí, en alguna parte, habitaba una verdad universal, un concepto que no era capaz de verbalizar pero que no por ello era menos real. El tema es que no tengo ni idea de lo que dije así que no lo puedo explicar, pero podría ser cualquier cosa: «quien algo quiere algo le cuesta», «la gente es mala», «la felicidad es una actitud», o cualquier gilipollez que se os ocurra (incluso puede que se os ocurran cosas que no sean gilipolleces, que se han dado casos).

Así que, en definitiva, resulta que cada vez que alguien usa esa frase, está expresando una idea global, aplicabe a «todo», pero que no es entedida por el que tiene delante, que a su vez, o pasa de ella o encaja en ella su propia idea global. Total, que la comunicación acaba siendo un desastre pero nadie se da cuenta. La confirmación de esto la tuve cuando alguien me dijo «Es que esto es como todo, la monotonía mata las cosas». Obviamente cada uno le dio un significado diferente a esa frase, ya que tatuarme la entrempierna con una pintura que cambiaba de color con el estado de ánimo no evitó que me dejara.

Sueño, ojeras, y faltas de ortografía

Lo del insomnio ya es una arraigada costumbre en mi, pero hoy no sé qué pasa que, pese a no haber sido la peor noche ni nada, estoy especialmente arrastrado. He ido a un par de agencias de empleo esta mañana, así que tenía que estar presentable, pero yo creo que ni el afeitado ni la ropa de pijomierda han podido tapar al monstruo de las ojeras que se me ha presentado en el espejo a primera hora. Me he despertado de golpe. Menos mal que he vuelto a sobar en el metro; no quiera Dios que esté despejado para hablar con el soplagaitas del recruiter.

El viajecito no ha sido demasiado provechoso, aunque por lo menos me he llevado algún teléfono de agencias que sí se dedican a lo mío («¿a no dormir?» he pensado). Ahora sigo mandando currículums, pero el sueño me está haciendo cometer mogollón de faltas de ortografía. Afortunadamente, la cover letter se la lee el recruiter, y eso maximiza las posibilidades de que pasen desapercibidas.

Es probable que también haya faltas aquí, pero esta vez no pienso corregirlas a posteriori. Sería una traición al espíritu de este post.

Sentado en el trono.

De un tiempo a esta parte todos los días son una mierda. Y no, no voy a matizar eso. Una mierda de esas que dan espantosos retortijones, que no quieren salir por mucho que aprietes, que no se limpian por mucho papel que uses y que dejan el lavabo oliendo a puta mierda (¿a qué si no?) durante horas. Pero esta mierda no la tengo en el culo sino en la cabeza, que aunque alguien me haya dicho en alguna ocasión que, en mi caso, vienen a ser lo mismo, no lo son. Así que, además de dar retortijones, no salir, no limpiarse y oler muchísimo, me revienta la inspiración a la hora de escribir.

Entonces vosotros, queridos lectores, que sois astutos y espabilados habréis pensado «¡Coño, se acabaron los días de mierda!». Bueno, pues no. La mierda sigue su curso natural pero parece que acabo de tener un momento lúcido e inspirado y me ha parecido buena idea aprovecharlo. El problema es que se trata de un arrebato, un instante en el que he sentido una gran necesidad de escribir pero sin tener nada preparado, cosa que es una pena porque parece una forma de tirar al  retrete este pico de talento. Más concretamente, al vertedero.

Aunque de todas formas, y siendo sincero, tampoco  puedo decir que haya tenido una gran inspiración. En el fondo, lo que he escrito es una mierda. Y ni da retortijones, ni ha tardado en salir. Estoy limpio y no creo que su olor perdure mucho.

Voy a tirar de la cadena.

Probando…

Uno, dos… ¡Sssí! ¡Ssssssí! Uno, dos, probando…

Good morning in the morning

Cosas que marcan

Un cuchillo. Una aguja. Un rotulador. Una etiqueta. Un hierro candente. Puyol. Puyol cuando defiende. Una cuchara oxidada. El ácido sulfúrico. Besar a Carmen de Mairena. Besar a un cocodrilo. Acariciar a un puerco espín a contrapelo. Ver morir a tu hamster de una insolación. Rascarse la entrepierna con un rallador. Pasar por delante de un sex shop y cruzarte con tu compañera de piso que sale de ahí. Lo mismo con tu padre. La caricia de un velocirraptor. Chocar los cinco a Freddie Krügger. Unos cristales en la pisa de la uva. Un arrimador de cebolleta en el Otto Zutz. Una operación de apendicitis. Un reloj. Despertarte con un señor con bigote. Una colonoscopia. Descubrir que Dios no existe. El frío. Jugar a morder la manzana con un oso. Interpretar a Luke Skywalker. Un videomarcador. Un marcador manual. Una cena íntima con Hannibal Lecter. Aplicarle una lavativa a Cristina Almeida. Que te cuenten el chiste de los pollitos. Unos calcetines estrechos. Confundir la trituradora de papel con la fotocopiadora cuando quieres hacer fotocopias de tu culo. Y, especialmente, estar al sol con camiseta. Joder, esto parece Barcelona.

Highway to… Where?

Esto es lo más curioso que me ha pasado desde que estoy en Londres. Y realmente pasar, lo que se dice pasar, no ha pasado nada.  El caso es que me he apuntado a una historia para hacer intercambios de idiomas, es decir, yo practico inglés con alguien que, a su vez, practica español conmigo (esto es para hacer tiempo mientras pensáis que debería haber pedido francés). Bueno, pues me ha contestado alguien que dice que cambia su inglés por mi conducción. Que resulta que tiene que hacer unos viajes a Edimburgo y quiere que le acompañe alguien para turnarse al volante. No sabía si contestarle o no, pero finalmente le dije algo tan tibio como que me había sorprendido su propuesta, que no sabía qué iba a hacer durante los próximos meses, y que igual podíamos hablar por skype a ver si somos la clase de persona con la que el otro desearía estar encerrado en un coche durante horas. Su respuesta ha seguido un poco la línea de la situación: que sí, que ya, que una vez había una chica que que estaba interesada y parecía maja pero que luego le dijo que le asustaban las autopistas, y que si quiero traerme a alguien o visitar a alguien de camino, que cojonudo. Ah, y que se llama Keith.

La verdad es que no sé si seguir con esto o dejarlo aquí. Y si sigo, no sé cómo.

Cuando no hay nada que contar

Cuando no hay nada que contar es mejor no contar nada. Bueno, no es que sea mejor, es que no hay alternativa (esto se parece sospechosamente a otro post muy reciente; estoy en las últimas), puesto que esta sería contar algo, pero no tengo nada que contar, así que no puedo contar nada. Salvo el hecho de que no tengo nada que contar, pero contar que no tengo nada que contar es una contradicción y hay que tener cuidado con estas cosas porque pueden hacer desaparecer el universo y toda esa mierda. Afortunadamente no ha pasado, así que debe de ser una contradicción pequeñita, de esas que puedes mantener durante un rato sin que pase nada. Y digo que no ha pasado porque sigo escribiendo, cosa que no podría hacer en caso de desaparición del universo. También hay otra hipótesis, y es que contar que no se tiene nada que contar no sea una contradicción y pueda seguir contándolo indefinidamente. Sí, parece absurdo, pero dado que el universo sigue donde y cuando está (al menos el mío), no parece una opción despreciable.

Sobre esto, la opción más evidente y que a todo el mundo se le ocurre es que Antonio de Nebrija pensara en la posibilidad de la destrucción total cuando escribió la primera gramática española y por eso decidió que se usaba la doble negación: literalmente, «no tengo nada que contar» es lo opuesto a «tengo nada que contar». Uséase, que sí tengo algo. La segunda opción es que Dios, que está por encima de chorradas y al que le importa tres mierdas que desaparezca el universo y que, como me enseñaron muy bien en el colegio, no dudaría un segundo en mandarlo todo a tomar por culo en caso de que alguien provoque una contradicción así, enviando su alma al infierno donde sólo se oye llanto y rechinar de dientes (qué recuerdos…), piense que cuando cuento que no tengo nada que contar, lo que digo es que fabulo que no tengo nada que enumerar.

Otra opción es que esto no es más que una sarta de mamarrachadas.

Esta isla llamada Mundo

Este es uno de estos posts que acabo haciendo por coherencia, o lo que es lo mismo, por imposición personal. Y no es que el tema no me apetezca, sino que últimamente no acabo de encontrar inspiración. Ni ganas tampoco. Pero es que hace unos días que acabó Lost, y teniendo en cuenta la cantidad de posts que le he dedicado a la serie (cuatro o cinco, que para este blog es mucho), me sentiría como un miserable si no le dedicara algo al final. Sí, sí, miserable. Es que tengo que reconocer que me he encariñado con la serie y sus personajes, a pesar de haber dicho hasta la saciedad que a partir de la cuarta temporada decrece mucho su interés. Y que la quinta casi sobra.

Pero vamos al asunto. En algún momento ya he comentado que, por diversas razones, esta serie perdió un poco el rumbo y que no le iba a ser fácil recuperarlo. Efectivamente, así ha sido. Y el masivamente comentado capítulo final lo corrobora: nos han tomado el pelo. Nos había  hecho creer que todo estaba atado pero nada más lejos: la serie se convirtió en un fenómeno por los misterios, así que se los inventaron sin mesura ni criterio, aunque para ello castigaran otros aspectos como las relaciones entre los personajes y la propia historia. De todas formas, no voy a hacer más hincapié sobre esto, porque hice suficiente en el otro artículo (el del enlace de ahí arriba).

Creo sinceramente que los guionistas han sabido salir del jardín en el que se metieron de una forma más que digna. Ya que no hay solución a las preguntas, no se disimula (es que formaba parte del master plan, hombre) y se le da el peso nuevamente a la acción y a los personajes. Y creo que, pese a no hacerlo de una forma tan brillante como en las dos primeras temporadas, se ha hecho, como he dicho, muy dignamente. Me refiero a la temporada completa, no al último capítulo, que ha sido lo mejor del año.

Hagamos algo que me encanta y que, además, se me da muy bien: especular como si supiera de lo que hablo. Hay que tener en cuenta que esto es una serie, y no una de esas de cuatro capítulos sino una serie al estilo convencional que ha durado seis años. Seis años en los que nos han tenido pegados a la pantalla y que nos han regalado momentos inolvidables, como la conversación intertemporaldimensionalescrotaltelefónica entre Desmond y Penny, el incidente Michael/Libby/Ana Lucía o la aparición de Ben. Pero sobretodo, montones de pequeños momentos geniales que hicieron que, al menos yo, viera esta serie como algo especial en el mundo de la televisión. Sí, es cierto que perdieron el rumbo y todo eso, pero hay que tener en cuenta lo que hemos dicho: es una serie y depende de las audiencias, y estas reclamaban misterios. Así que una vez pagada su deuda, toca cerrar esto como se merece. Y para el último capítulo, además de haber creado el acontecimiento televisivo más importante que soy capaz de recordar, han vuelto a lo único que es capaz de sostener algo: los personajes y sus relaciones. Más vale tarde que nunca, que dirían Jack y Kate.

A mi el desenlace me dejó con un nudo en la garganta y echando algo más que la lagrimita (el remate final de Jack y Vincent me parece sensacional, conmovedor y muy poético) y, eso sí, con una sensación de vacío que no recuerdo haber sufrido jamás delante de una pantalla. Y no porque se acabe la serie, que también, sino porque me muestran que todos esos personajes con los que me he encariñado e identificado durante este tiempo han estado siempre solos o, como dice el título, perdidos. Y, al igual que yo, han entregado los últimos seis años (la mayoría, hasta la vida) por algo que desconocen y que nunca ha tenido el más mínimo interés en dar una explicación.

Pequeñas diferencias

Vincent: Yeah baby, you’d dig it the most. But you know what the funniest thing about Europe is?
Jules: What?
Vincent: It’s the little differences. I mean, they got the same shit over there that we got here, but it’s just – it’s just there it’s a little different.

Pulp Fiction (1994)

Cuando uno se va a vivir a otro país, se supone que tiene que adaptarse a una serie de cosas. O no adaptarse y joderse, que para eso el ser humano es libre, pero lo normal es hacerlo. En mi caso, la adaptación no me resulta demasiado complicada, aunque también es verdad que España y Reino Unido (o Londres y Barcelona) no son tan tan diferentes como para que a uno le de un shock cultural. Tal vez por eso, uno va con cierta tranquilidad, con la guardia baja, haciendo sus cosas. Y entonces es cuando lo que le sorprende son las pequeñas diferencias. Algunas tan pequeñas que son ridículas, pero a las que el obsesivo trozo de materia gris (me he obligado a no poner «mierda») que tengo en la cabeza le da unas cuantas e innecesarias vueltas.

La calle en la que te encuentras es una información superflua. Al menos para los viandantes. Porque tengo la sospecha, y no lo sé seguro porque no llevo coche, de que la calle sólo se anuncia en aquellos cruces en los que, si eres un coche, puedes meterte. Vamos, que puedes saber en qué calle entras pero no de cuál sales. Si eres peatón, ni te cuento.

Cualquier otro tipo de información referente a cualquier cosa debe ser detallada al máximo y por escrito, no vaya a ser que te encuentres con un inútil. Por ejemplo, lo que en el metro de Barcelona es un croquis con lucecitas que te dicen cuál es la próxima estación y qué correspondencias tiene, aquí es un rótulo de esos en los que corre un texto que dice algo así (sin exagerar): «Este es un tren de la línea Tal con destino a Pascual. La próxima estación es Aspectual. Cámbiese aquí para la línea Manual y el servicio de trenes Menstrual. Cuidado con el hueco». Hubo otro que me hizo gracia. Estaba a la entrada de un callejón estrecho y decía algo así como «Precaución. Calle estrecha. Tengan cuidado los vehículos anchos». En España habría un simbolito que indicaría la anchura de la calle.

Los coches van por la izquierda, sí, pero la gente no tiene criterio definido. Lo más curioso es que en el metro se esfuerzan mucho; dividiendo en dos escaleras y pasillo e indicándote, con un rótulo inequívocamente explícito, que vayas por la izquierda. Pero cuando no hay nada de eso cada uno va por donde le rota. Supongo que debe de ser influencia extranjera que les revienta las tradiciones, porque aquí casi todos somos de fuera.

Libras, galones y esas cosas en los Estados Unidos, porque lo que es aquí… De esto sí que cuesta darte cuenta. Cuando vas al supermercado, todo está en kilos, gramos y litros. Un tío muy raro que conocí se quedó un poco sorprendido cuando le hice mención a esto, y me dijo que sí que usaban pies y no sé qué medida de peso que no recuerdo. De todas formas, su afirmación «aquí parezco yo el extranjero», me hizo pensar que estaba haciendo un alegato cultural patrio.

Apenas se encuentran pintorescos policías con casco. Los bobbies, que así se llaman, cuesta mucho verlos. Aquí, la mayoría de los polis llevan una gorra normal. Y chaleco antibalas.

Si quieres hacer un producto vectorial no puedes aplicar la regla del destornillador. O de la rosca en general. Alguien me dijo que aquí van en sentido contrario, pero no es exactamente así. Yo creo que el fabricante de tornillos, grifos, llaves o lo que sea se enfrenta a una situación parecida a la de la persona que pone un pie en la calle: ¿izquierda o derecha? Y es que aquí, cada cosa que va con rosca es de su padre y de su madre. Hasta ahora sólo he podido determinar que los grifos de la cocina cuyas manijas están en posición opuesta parecen funcionar normalmente con rosca invertida. Así está el tema.

Y para finalizar. La gente es bastante fea. Sin ánimo de ofender y tratando de ser simplemente descriptivo. Pero así es. Obviamente hay de todo, pero la media es… discreta. También debo decir que parte es debido a que el concepto británico de elegancia dista mucho del español. Por lo menos del español (¡joder, menudas pintas!). Lo que asusta es cuando te das cuenta de que estás en la ciudad más cosmopolita del Reino Unido, donde está todo el pijerío y el mestizaje cultural que suelen ayudar a mejorar estas cosas. No quiero ni pensar qué clase de criaturas habitan fuera.

Una tarde en el Tate

Ayer, para tratar de hacer algo positivo con el estado de ánimo, me fui a echarle un vistazo al Tate Modern. Iba a decir que me esperaba una colección más grande, pero no es del todo cierto, ya que eso me pasó ya con la National Gallery, así que iba un poco prevenido. No es que sea un gran aficionado a los museos, por lo que no tengo mucho con loque comparar. Supongo que tenía la idea preconcebida de que debían tener una cantidad apabullante de obras de arte. Otra cosa que me sorprendió es la facilidad con la que podría practicarle una lluvia dorada a la Venus ante el espejo de Velázquez, ya que los cuadros no están protegidos ni nada. Curioso. Pero volvamos al Tate, que es mucho más interesante.

Sé que es un tópico, pero lo del arte moderno a veces no hay por dónde cogerlo. O al revés, lo puedes coger por donde te salga de las pelotas. Supongo que esa es la gracia. Yo, por mi parte, he hecho un ejercicio de interpretación artística que me dispongo a compartir con todos vosotros. Ahí van los greatest hits del Tate.

Sin título (Jannis Konuellis)

Nada más llegar me encuentro con esto. Por si no se ve bien, el «paisaje urbano» está pintado directamente sobre la pared y los cuervos están clavados a la misma por flechas que los atraviesan. La excusa es que esto es un espacio donde realidad y ficción confluyen. Esa es la explicación más manida y estúpida que he leído en mi vida. Cuando me giré para ver la siguiente obra sólo había una pregunta en mi mente: ¿Los cuervos son de mentira o están disecados?

Home (Marta Hatoum)

O, más bien, Trabajo de ciencias de Sexto de E.G.B. Básicamente se trata de un montón de utensilios de cocina metálicos conectados entre sí y, a su vez, a la corriente. Los que tienen agujeritos (el rallador y los dos coladores) tienen dentro bombillitas. Cada vez que se ilumina uno emite un zumbido distinto. Si se iluminan varios, emiten zumbidos varios.

Rayo iluminando un venado (Joseph Beuys)

Esta me parece lo más. De hecho, fue la que me hizo empezar con esto. El tal Beuys pensó que el título más idóndeo era Rayo iluminando un venado, pero es evidente que es mucho más acertado Bacalao seco y sembrado de zurullos.  Por lo visto el venado es el carrito, el bacalao es la luz, y los excrementos caninos son criaturas semi-formadas. A mi me parece mucho más plausible pensar que un perro llegó, se puso morao de bacalao (porque al lado había otro igual) pero estaba en mal estado y se fue por las patas abajo. Potente alegoría de la levedad del ser: hoy eres un bacalao seco y mañana un montón de mierda. O también de la importancia de fijarse en la fecha de caducidad. No sé, el arte es tan subjetivo…

nº 14 (Jason Pollock)

Aquí el autor me sorprendió por su cruda y desgarradora sinceridad: nº 14. Lo que nos dice es «Bueno, pues este es el borrón número catorce que hago». Se agradece esa franqueza.

La jaula (Gerhard Richter)

La obra consistía en cinco más, y este no sé si era el 2 o el 4, porque no sabía por cuál debía empezar. Esto lo pintó el señor Richter a los 74 años, por lo que no recuerda que realmente es un pantallazo de la porno del Plus de los viernes. De hecho, si entrecerráis los ojos veréis claramente que es una escena de sexo anal de Fui a por trabajo y me comieron lo de abajo.

Pintura sin título (Michael Baldwin y Mel Ramsden)

Pues sí, es un espejo, y sí, hicieron falta dos personas para realizar esta creación. Lo que más me sorprendió a estas alturas del museo no es, obviamente, que hicieran eso, sino que a ninguno se le ocurriera un título mejor. Pintura sin título es de estos que descolocan y que parece que se están riendo del respetable, pero creo que hubiera sido mucho mejor titularlo Yo, o también . Así podrías decir que el espectador reflexiona sobre su condición y ve la obra como algo que refleja lo más interno y crudo de si mismo. Aprendices…

Sin título (Escultura viviente) (Marisa Merz)

Aquí ya vas dándote cuenta de lo fácil que es poner Sin título como método para que el espectador (y sobretodo el crítico) se haga pajas mentales. Pero a mi esta sí que me inspiró, y la hubiera titulado Alarma gorda de clima en el SCI. Aunque, la verdad, dudo que el SCI diera alarma alguna ante un desaguisado como este a un conducto de clima. Creo que sólo las puede dar cuando hay caída del sistema… y está apagado.                                                                           .

La venus de los trapos (Michelangelo Pistoletto)

Esta parece de guasa. No sólo la obra en sí (una clara referencia al papel de la mujer condenada a ser ama de casa a pesar de sus deseos de autorrealizacíon; como lo haya acertado…) sino porque, si a eso le añadimos el nombre del tío, el resultado es un chiste. A mi lo de Micheangelo Pistoletto me suena a villano de Mortadelo y Filemón.                                                                                                                                                                                                                                                               .

Naranja de Abakan (Magdalena Abakanowicz)

Yo no sé si al llegar a este punto tanto arte consiguió que se disparara mi sensibilidad pero aquí vi claramente una vagina que mea desafiando las leyes de la gravedad. Lo que pasa es que el color ese…

Ufff… vamos a dejarlo.

Acabo de darme cuenta de que la artista se llama Abakanowicz y que la naranja es de Abakan. Si a eso le sumamos lo anterior…

Definitivamente, vamos a dejarlo.

Sin título (Jannis Konnuellis)

Otro Sin título del señor Konnuellis. Sí, el que ensarta los cuervos y los pega en la pared. Este tío es un listo. A mi, lo que me pide el cuerpo es hacer una hoguera con ese montón de leña.                                                                                                                                                          .

Sin título (Peter Fischli y David Weiss)

En este caso entiendo que hicieran falta dos personas para montar este almacén-taller de pintura-carpintería-neumáticos. Y aún había mas en la pared de enfrente. Hasta un cajón para el perro, con su almohada y su recipiente con Friskies. Supongo que aquí la gracia es titularlo Sin título.                                                                                                           .

Artists who do Books (Edward Ruscha)

A mi este me resulta particularmente insultante.                                                                                                                                                                                                                                                          .

Calaveras (Andy Warhol)

Yo lo habría titulado Marilyn hoy.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                .

Caution (Wet Floor)

En esta obra del señor Floor, los objetos ovo-formes en ascensión nos recuerdan la evolución de las especies, preguntándose si existe o no un límite. El hecho de que estén vacíos (los huevos, digo) nos recuerda nuestro efímero paso por este mundo: un día, de nuestra especie no quedará más que cascarones vacíos.

Si lo que vas a decir no vale más que el silencio, cállate

Y si lo que voy a escribir no vale más que una página en blanco, no lo leas. Pues sí, es «no lo leas» porque si cuando hablo no tienes más remedio que oírme, cuando escribo no tienes por qué leerme. Así que no leas. ¿Pero qué haces? ¿Qué parte de «no leas» no has entendido? Mira, es fácil. «No» significa que no. Y «leas» es de leer, vamos, lo que estás haciendo ahora. Por tanto, lo que te digo es que no hagas lo que haces. Leer, digo, lo demás puedes hacerlo. Respirar y eso, está bien. Bueno, ni bien ni mal, es que hay que hacerlo. Es incluso más necesario que respires que que pares de leer. De hecho, si no puedes respirar sin leer, por mi ya está bien que leas, aunque te recomiendo cosas más interesantes.

¿Que no hay nada más interesante que esto? Pues estamos jodidos, porque a mi me parece una mierda… Vale, tratemos de arreglarlo. Voy a coger una noticia al azar y comentarla. Para asegurarnos de que sale algo con chicha, vamos a abrir La Razón, y la noticia que ha salido es esta.

Señor Miguel Ángel Fernández Ordóñez (cómo mola empezar así, es la señal de que vienen hostias), seguramente se cree usted muy inteligente con semejante afirmación. Seguramente se piensa que ser gobernador del Banco de España y hablar de economía española le da credibilidad de forma automática. ¡Vaya, qué gran deducción! Si hay paro, no hay pasta, si no hay pasta, hay préstamos que no se devuelven, y si hay préstamos que no se devuelven, la banca pierde dinero. Y si la banca pierde dinero, que es todo lo que tiene, se va a la mierda. Hasta aquí la clase de economía avanzada del señor Fernández Ordóñez. No sé cuánto cobra usted, pero a todas luces, demasiado. Desde un puesto como el suyo debería ser capaz de ofrecer algo más que eso.

Por ejemplo, a mi me parece mucho más necesario que alerte sobre la necesidad de suelas duras en épocas de crisis como esta. Ahora los zapatos nos duran mucho más a que antes, algo así como el doble. Y así tiene que ser, ya que nos estamos apretando el cinturón; aunque de cinturones hablaremos otro día. Pero los zapatos tienen las mismas suelas que en las pasadas épocas de bonanza, por lo que llegamos a utilizarlos la mitad del tiempo con la suela gastada, cuyas propiedades de confort, ergonomía e incluso transpiración se han perdido completamente. Esto, que puede parecer trivial, es el desencadenante de una serie de acontecimientos que pueden hacer tambalear nuestro sistema financiero. Pensar que la mitad de nuestro tiempo lo pasamos con las suelas gastadas es equivalente a pensar que, en cualquier momento, la mitad de la población se pasea por ahí con las suelas gastadas. Los pies acaban doloridos, acalorados y sudorosos. Obviemos los pies doloridos y sudorosos y centrémonos en la subida de su temperatura. Una subida de la temperatura, que tras experimentación personal cifro en cinco grados, en una familia de cinco miembros de una casa hace mucho menos necesario el uso de la calefacción. Piense, nuevamente que estamos hablando de la mitad de la población, así que todas las casas en las que vivan más de una persona se verían afectadas, además de la mitad de los pisos de soltero. Dicho factor de multiplicación, es mucho más que perceptible para las empresas energéticas, que experimentan un importante descenso de la demanda. Su solución es, por tanto, aplicar subidas de tarifas donde la demanda se ha mantenido, es decir, en las oficinas, donde el olor a pies es inadmisible. Mucho más en las oficinas bancarias, que están concebidas para la atención al público. Ante este aumento del gasto, los bancos se verán obligados contrarrestarlo con el aumento de los ingresos, es decir, la subida de los intereses, endeudando a las familias, que deben alargar, por tanto, aún más el tiempo de vida de su calzado, creando una rueda que lleva inevitablemente al desastre.

Este, señor Fernández Ordóñez, es el tipo de recomendaciones que esperamos de usted y de la gente que está en puestos como el suyo. Si lo que desea es vivir del cuento, no se preocupe, dimita y le pondremos una pensión vitalicia. Al sistema se la suda eso. Lo que no se la suda es que quien lo controla sea un patán que no sabe hacer la O con un canuto. Eso sí es importante.

Joder, ¿lo ves? Si es que tendrías que haberte leído la etiqueta del champú, que igual descubres que eres alérgico y eso sí que es importante.

Haciendo una pausa con la plancha

Tras quince días en Londres (clavados) ya tengo habitación. Está en el culo del mundo (que, por si no lo sabíais,  se llama Walthamstow) y es bastante cuchitrilesca, pero al menos ya estoy instalado. Ahora viene la parte divertida: hacerme con una vida aquí, es decir, trabajo, amigos, etc. A ver cómo se me da.

Esta casa parece una especie de comuna y da la sensación de que todos son más que compañeros de piso. De momento con quienes más he hablado es con Liz y Jacques (creo que se llama así) una pareja o matrimonio de mi edad muy majos. Sobretodo con ella, a la que entiendo bastante mejor que a él, no sé si por ser hija de padres españoles. No, no hablamos español porque ella lo habla de aquella manera, pero es que a él me cuesta Dios y ayuda entenderle. Aunque nada comparado con Bronson (esta tiene un pase): con él no soy capaz de distinguir las palabras de los eructos contenidos.

Hoy tenemos barbacoa para comer, y teniendo en cuenta lo regular que acabó el día ayer, este parece un buen comienzo. A ver qué tal.

Esto es un añadido, pero que tengo que ponerlo. Que hoy es el cumpleaños de mi hermana y va a hacer un soplado de velas por web-cam. ¡Qué grande es la tecnología!