En picado (I)

Me pica el culo. Mucho. Tanto que no puedo pensar en otra cosa, así que trato de ponerle remedio con un viejo truco casero: rascármelo. El problema es que estoy en el curro, rodeado de gente con camisa y alguna que otra corbata, y una rascada de ojete no pasa desapercibida. La táctica va a ser frotarse las nalgas contra el culo de la silla (decir culo no es feo mientras uno no se refiera al que caga) haciendo como si me estuviera acomodando. Funciona. Al menos en parte, porque el picor más interno sigue ahí. Disimuladamente paso un brazo tras el respaldo, como poniéndome cómodo. Espero… Parece que ahora no mira nadie. Bajo la manita… ¡Mierda, ha levantado la vista! Seguro que se ha pasado la pantalla del juego de naves. Nos hemos cruzado la mirada; un par de milisegundos más de lo normal, así que lo corrige con una mirada cómplice. ¿Se habrá percatado de algo? Joder… creo que me estoy poniendo como un tomate. Voy a hacer como que me rasco la pantorrilla y mato la situación. Una pena que no sea eso lo que me pica. Bueno ya vuelve a lo suyo, pero ahora estoy demasiado nervioso y no me fío. ¡Ya está! Voy al lavabo y me despacho a gusto. De camino es un poco molesto, porque al picor se le suma una sensación rara con cada paso. Ya llego, con una mano en el picaporte y la otra casi tocando el bolsillo trasero. ¿Qué coño hace este tío lavándose los dientes? Y los tres retretes ocupados… Vaya una sonrisa de mierda se gasta con la pasta de dientes goteando. Hola, hola, ¿qué tal? ¡Hay que ver lo profundo que llegas con el cepillo! Si, ya, es que luego tienes reunión… Media vuelta y a la sala de café, que nunca hay nadie; salvo ahora, que hay una reunión de peces gordos que se han quedado sin la sala de reuniones oficial porque la ha ocupado un besugo obeso mórbido. De esta forma salgo hacia atrás cerrando la puerta, aprovechando el movimiento para restregar el trasero contra el marco. Un pequeño alivio. Bueno, pues ahora me hallo en mitad del pasillo valorando las distintas opciones, con la presión añadida de que mi jefe me está mirando. Me muevo hacia mi despacho pensando cómo salir de esta. Me acerco. Nada. Me acerco. Nada. Por Dios… Nada. Veo un casco de obra. Excusa para salir fuera y recrearme en el alivio de mis sufrimientos. Me poco el casco, botas, chaleco y libertad… Ese tío me está mirando raro. Sí, sí, voy a obra a ver unossss… PLCs. Sí claro que puedes venir (hijodelagrandísimaputa). El cabrón no me quita ojo. ¿Ya? ¿No tienes que lavarte las manos ni nada? O beber agua. U operarte de amigdalitis. Nada, que ya salimos.

¿Le molaré a este tío o es que quiere aprender a conducir? ¡Mira al frente mamón! Bueno, ahora nos paramos porque hay una cola de la hostia. Pero de la hostia gorda… ¿Qué habrá pasado? No se ve el final. Y yo con este picor… Menuda suerte. Ahora este quiere conversación. Sí, sí, sí. Ajá. Claro, claro. Menos mal, no es de los que les gusta la bidireccionalidad en los diálogos. Voy a ver si me froto un poco el culete mirándole fijamente a los ojos para que no los mueva. Nada, no llego al centro del picor. ¿Qué le pasa ahora? Se ha quedado callado y me mira como un pasmarote. ¡Mierda! Está esperando una respuesta. ¡Tío! ¿Has visto eso? (Salvado) Un par de tíos discuten a gritos en un coche y salen a darle patadas a la rueda, que parece que se les ha pinchado. Les ayudamos, ¿no? Así salgo y tengo más oportunidades para rascarme. Salimos. Mano en dirección al pantalón. Dedos apuntando a lo más interno del esfínter. Y el tío de la rueda que gira la cabeza hacia mi como si fuera una lechuza. Este… ¿necesitáis ayuda? Miro dentro del coche y veo una caja grande con un montón de candados que parece que lleva algo importante y cuando me giro para ver la respuesta del tío, este lleva una cara de pocos amigos que ni te cuento. No sé cómo tomarme eso. Parece cabreado conmigo, más que con la rueda del coche. Se acerca y me mete dentro de un empujón. ¡Ostia qué marrón… ! Esto tiene una pinta de secuestro que para qué. Bueno al menos me libro del plasta de mi compañero. Abren la otra puerta y lo lanzan dentro, pegándome un cabezazo que me deja lelo. Los otros dos entran delante, arrancan el coche y lo sacan por la lateral saliendo de la carretera. Ahora llevo los cojones por corbata y el gilipollas de mi lado no para de gritar que socorro, que no le hagan daño, que el no los conoce y que no tiene ni idea de qué es el arcón con candados con esa pinta tan sospechosa que llevan ahí, que el nunca se mete en la vida de los demás porque ya le decía su madre que cada cual es dueño de sus actos y que al final de los días Dios ya juzgará en consecuencia, que por favor le dejen salir que ha quedado con su mujer para ir a mirar las medidas de un sacaleches especial, porque su mujer es de pezón ancho, y que no saben ellos cómo se pone cuando se enfada. Le dan un puñetazo en la cara. Me ha parecido verlo a cámara lenta: el puño toca la nariz, que se va arrugando y aplastando, y cuando no se puede aplastar más, y da la sensación de que el puño empieza a introducirse dentro de la cara, la cabeza se va desplazando empujada hacia atrás hasta que la nuca choca con el respaldo. ¡Menudo hostión! ¡Hala, cómo brota la sangre de la nariz! Estoy por felicitar al bielorruso (que de por ahí debe de ser). Joder, parece la Fontana de Trevi pero en rojo. ¡Y ha conseguido que se calle! Definitivamente merece una ovación. Pero me callo, no vaya a ser que me caiga otro de esos.